Durante el s. XVII las casas de baños se van transformando en balnearios, que comienzan a tomar un gran auge en el s. XVIII.
En 1697, el Dr. Alfonso Limón Montero, catedrático de Medicina de la Universidad de Alcalá de Henares, publica su famoso “Espejo cristalino de las aguas de España” que se considera el primer tratado de Hidrología médica español. En este incunable, guardado celosamente en la biblioteca del Instituto Geológico y Minero de España, se describen las características físico-químicas y la situación geográfica de más de un centenar de manantiales de aguas minerales y de 36 balnearios, aunque, según comenta en su prólogo, sólo cita los más importantes.
En 1764, Pedro Gómez de Bedoya y Paredes, catedrático de la Universidad de Santiago, escribe su “Historia Universal de las Fuentes Minerales de España”, ambiciosa obra en siete volúmenes de los que sólo se publicaron los tres primeros. En este caso eran ya 275 los manantiales minerales descritos con todo lujo de detalles y 40 los balnearios reseñados. Entre 1793 y 1798, Juan de Dios García Ayuda publica el “Examen de las aguas medicinales de más nombre que hay en las Andalucías” y, en 1853, Pedro Mª Rubio edita su “Tratado completo de las fuentes minerales de España” donde estudia 188 balnearios y 1.187 manantiales, 283 de los cuales incorporan ya su composición química.
Poco a poco el empirismo se va tornando en ciencia. Los avances de la química analítica en el s. XIX se traducen en un mayor conocimiento de la caracterización de las aguas minerales. Fernando VII, un fervoroso adicto a las mismas, crea, en 1816, el Cuerpo de Médicos Directores de Baños.
En la segunda mitad del s. XIX, se implanta el estudio de una característica definitoria de las aguas minerales: su estabilidad química en el tiempo.
Una orden de la Dirección General de Sanidad obliga a analizar periódicamente las aguas minerales con el fin de verificar esta constancia y asegurar la composición química a los enfermos. Las desamortizaciones de Mendizábal, en 1836, y Pascual Madoz, ministro de Espartero, en 1855, acercaron la propiedad de los manantiales a particulares e impulsaron la actividad balnearia y la comercialización de numerosas aguas minerales. Con el reglamento de 1868 se llegó a poder reclamar la comercialización de un manantial mineromedicinal si el dueño del terreno en el que brotaba no lo hacía. El hecho de mantener activo un manantial que previamente había sido declarado de utilidad pública, sea como balneario o como planta envasadora, evitaba todo intento desamortizador.
Médicos, farmacéuticos, burgueses o aristócratas se convirtieron en empresarios a la vista del auge que tomaba la nueva actividad. La segunda mitad del s. XIX y los comienzos del s. XX constituyen la gran época dorada de las aguas minerales envasadas: concursos internacionales, medallas conmemorativas… el agua mineromedicinal llega a casa del consumidor por expreso deseo de éstos de poder prolongar sus beneficios más allá del balneario.
En 1913, el Instituto Geológico y Minero de España (IGME) elaboró la primera “Relación por provincias de las aguas mineromedicinales de España” en la que se asociaba, por primera vez, la composición química con la geología de los manantiales y, a continuación, publicó el primer mapa geológico a escala 1:1.500.000 con los perfiles geoquímicos de los manantiales. A partir de este primer trabajo, la dedicación del IGME hacia este sector del conocimiento ha sido continua y fructífera.
El período entre guerras mundiales y la década de los 50 con la postguerra, ralentiza la actividad de la industria envasadora en Europa. A partir de los 60, surge con fuerza un sector industrial importante que acompaña el desarrollo económico general, produciéndose, en las últimas décadas, crecimientos de mercado considerables, sobre todo debido a la importancia que se concede actualmente a la salud.
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